viernes, 30 de abril de 2010

En medio del frío arde el sol

El peso de mis pestañas se multiplica y mis párpados se implican. Intentan aguantar el sobrepeso, pero no hay modo ni aleteo. Se dejan arrastrar por la gravedad, se sumergen en la oscuridad y me cierran las puertas. Intento ver con mis manos qué pasa, pero sólo pasa el tiempo y van cediendo, van cayendo y se entregan rendidas al descanso.

Estoy flotando. Pero estando suspendida, como colgada de algún hilo ultravioleta, que ni veo, ni toco, ni arranco. Y me quedo suspensiva pero sin tres puntos claros a los que agarrame. Todo se disipa, todo se minimiza. La nada se multiplica, se magnifica. Y a mi me divide cada cosa que no toco. Ni suelo, ni unas manos, ni un abrazo, ni el bosquejo de un bostezo. Y me divido y me consumo. Necesito despertar antes de llegar a cero. Que bonito sería ahora tocar el suelo. Porqué así ni corro ni vuelo. Me quedo en una eternidad que ni empieza ni acaba, pero que no dura nada. Mientras escribo, a ver si toco al menos palabras.

Le hablo al pesimismo o a las ganas de optimismo. Y las contradicciones se suman a mi piel. La nicotina pasa y se infiltra. Y veo al humo volando y le envidio. Y se retuerce y se autoenvuelve. Y juega a tentarme, a irritarme, a vacilarme. A hacerme sentirlo cerca, dejándome con la miel en los labios. Pero no siento su dulce en mis papilas gustativas. Y no sé ya si la miel no existe o si son mis labios que ya no prescriben. O tocan sin sentir. O, a lo mejor, fue sólo un desliz.

Quiero que me pinchen, que me pellizquen, que me griten hasta que me toque el timpano, que me sacudan, que me saquen. De aquí. Y me metan. En mí.

Sonrío. Porqué al menos estoy. En alguna parte. Sigo siendo. En gerundio. Y me encanta el gerundio. Acciones inacabadas.

Estamos empezando o siguiendo, pero no acabando.

¿Qué te parece?

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