viernes, 18 de abril de 2008

La clau i la sabata

"Hola, no sé si alguna vez me habrás sentido. Cuando te sientes capaz, cuando estás seguro, cuando te has levantado y has luchado, yo estaba en ti, de paso o de paseo. Me llaman Valor. Pero no estoy aquí para hablar de mí. Quisiera hablarte de la otra cara, la que me da la espalda, pero está detrás y no se desengancha. El antónimo con el que no dejo de echar un pulso. Seguramente ya lo conozcas, ya sepas quién es. Es probable que alguna vez te lo hayas cruzado, que haya estado muy cerca de ti, como de todos, aunque la gente intente esquivarlo. No recuerdo quien le puso ese nombre, pero suelen llamarle Miedo. ¿Te suena?

Es como esas cosas que no sabes cuándo han llegado hasta que las ves allí. Seguramente alguna vez habrás estado tan tranquila en tu mundo, en ti, y de pronto te has encontrado en el salón al Miedo sentado en el sofá, fumándose un piti, aún con la gabardina grisácea puesta, con los pies sobre la mesa y el sombrero tapándole los ojos, esos de mirada paralizante. El humo era espeso y hacía denso el ambiente. Te sorprendes, ¿cuándo ha llamado al timbre? Déjame que te pregunte yo ahora, ¿acaso crees que lo ha hecho? El Miedo es así, entra sin avisar, y se pasea por tu casa como si fuera la suya. Además, una vez dentro verás como domina todo el espacio, como si la hubiera construido él. Conoce cada rincón, y eso te asusta porqué no te deja lugar para la intimidad. En realidad, eres tú quien le enseña esos lugares. Cuando accedes a alguna habitación mientras él está allí, le desvelas la clave para que abra las puertas cuando quiera. Es inútil que corras por la casa huyendo de él, que pretendas encerrarlo en el garaje, o que te vayas a la calle. No sirve de nada, porqué verás que sigue tus pasos por rápido que vayas, te rastrea, porqué el hecho de que lo encierres, lo escondas, no hará que desaparezca, seguirá estando ahí, y aunque no lo mires a los ojos y lo evites, lo seguirás sintiendo cerca de ti. Verás que no tiene prisa, que parece que le gusta ese juego y disfruta con tu pavor. Cuando estés corriendo y te quedes sin aliento, te parecerá oír su risa rasgada entre calada y calada. Es tu aire, el que te falta. Cuando ya lleva mucho tiempo a tu lado, empiezas a aprender a vivir con él, al principio piensas que algún día se cansará y se irá a otra parte. Pero el paso de los días te hace ver que tú eres su vida. Ves que no se desgasta, pero es sólo una apariencia, no te dejes engañar. Sin ti, él no sería posible. Miedo es sólo una proyección de tu mente. Tú no sabes cuándo, tal vez mientras dormías, antes de despertar o mientras se te abría una herida, hiciste que apareciera en el salón. Hay cosas que sólo existen si crees en ellas, el Miedo es una de ellas. Cada vez que crees en él, que lo pronuncias, que lo sientes y que lo piensas, lo estás haciendo fuerte. Todo eso a ti te consume, te consume al paso que él consume su cigarro mientras te pisa los talones. Y mientras él va creciendo con esos pedazos de ti desgarrados. Esa es su piel. Tu pavor, tu agonía, tu sudor, tu tensión, tus lágrimas, son su pan y su agua de cada día. Por eso te da la sensación de que nunca se agota, en realidad eres tú quién no se cansa de darle vida. Poco a poco, Miedo se va haciendo contigo. Llega un punto en el que no sabes si estás en tu casa o si tú eres el huésped. No dejes que te meta en ese juego, porque sabe hacer trampas, y mientras estás inmersa en tu próximo paso te cambiará tu razón y tu sentir por la confusión. Una vez vi una película con una chica que se estaba quedando dormida, “Cómo ser John Malkovich”. Hablaba sobre la planta séptima y media, dónde había una puertecita oculta detrás de los archivadores. Aquella puerta era un túnel que te conducía al cuerpo de otra persona. Llegaba un punto en el que la persona que entraba en John podía empezar a controlar su mente. En realidad, el Miedo hace algo así con nosotros. Cuando sufrimos, nos hacemos daño o estamos agachados curándonos una herida, en ese momento aprovecha para colarse por la brecha aún abierta, y quedarse dentro. La herida cicatriza, pero ya se sabe, que aunque a simple vista no haya cicatriz, dentro está pisándote la huella, la huella del Miedo, claro. Ahí está. Y poco a poco, como en la película, empieza a controlarnos. Hasta que nos pierde en la confusión de no estar seguros sobre qué pensamos y qué sentimos. Encima empieza a actuar por nosotros y nos vemos haciendo cosas que no deseamos y privándonos de otras que queremos. Como decía John: ¡Yo no he movido esta mano! ¿Qué hago? Empiezas a preguntarte si lo que has hecho lo has hecho porque querías o porqué tenías miedo. ¿Quién hace qué? No dejamos que los demás tomen nuestra vida, no dejamos que nadie elija por nosotros, sólo nos dejamos aconsejar. No soportamos los mandatos y las órdenes. Elegir. Elegir es el privilegio de quién es libre. Han costado muchos años que podamos ser nosotros mismos quienes tomemos ciertas decisiones sobre nuestra vida. Y ahora ¿acaso le vas a dejar la última palabra a Miedo? No te quedes sin tu libertad, no dejes que te la coarte. No dejes que un espejismo como Miedo, se crea tan importante como una persona, tan importante como tú. No dejes que seáis dos en un cuerpo. No dudes quién eres. Eres tú. No olvides que Miedo no es ninguna bomba que vaya a estallar, que no lleva un reloj incorporado con la cuenta atrás, que no tiene el tiempo a su favor, que no te empuja, que no hay más presión ni prisa que la ejerzas tú sobre ti misma. Y ese poder que crees que tiene, se lo has otorgado tú. Pero lo más importante es no olvidar, que cuando queramos podemos recuperarlo. Si Miedo está en ti, el poder sigue estando en ti. El poder está en nuestra mente.

Recuérdate siempre. Miedo es sólo una sensación. Mírate la mano, es tu mano de uñas irregulares, las tuyas. Mírate al espejo, reconócete. Y si el Miedo ya está tan dentro de ti que hasta el espejo te devuelve en tu imagen un sombrero y una gabardina como vestimenta, no te olvides de los ojos, de tus ojos. Allí, podrás verte siempre, aunque sea asustada, aunque sea detrás de esa telilla que nos ofusca, aunque sea detrás de un bloque, verás destellos verdes, que hablan de ti en palabras de la boca de una niña que huele a tu esencia.

Porqué al tener miedos, podemos demostrar que somos los más valientes, superándolos."



Una paloma llevaba en su pico estas palabras cosidas en un hilo que he ido estirando hasta que ha ido escribiéndose el sentido al bordarse cada letra. Yo sólo he ido estirando. La paloma no ha querido desvelarme nada más. Sólo ha abierto sus alas y ha volado hacía el sol, creo que iba a pedirle un arco iris, después de la lluvia que había caído.